Con alegría y entusiasmo recibimos los presos políticos del colectivo Antonio Nariño del pabellón Francisco Miranda, torre 1 de Cómbita la invitación a participar de la cátedra de pensamiento social Orlando Fals Borda que durante este semestre se ocupo de reflexionar sobre la prisión, en cuanto constituye uno de los rostros más dramáticos del conflicto colombiano. Revisando el itinerario de la reflexión, pensamos, bueno, y nosotros como presos que aporte podemos dar a la gente que participa de un espacio crítico, que pone el rigor de la academia al servicio de la educación popular y social?. La panorámica que ofrece el pensum sin duda alguna es amplia y profunda al fundamentarse, como nos pareció notar, en los presupuestos epistemológicos del estructuralismo, el materialismo histórico y otras corrientes del pensamiento alternativo para abordar los aspectos jurídicos y políticos, históricos, económicos y sociales del problema. Nosotros podremos aportar aquí tal vez una declaración de principios sobre nuestra firmeza militante o quizá una denuncia sobre la precariedad de la situación carcelaria y la violación de derechos humanos al interior de los penales. Nosotros entendemos todo el tiempo, que han tenido su oportunidad y escenarios más propicios para ello, pero si nos gustaría intentar algo más en sintonía con la realidad que vivimos en la cárcel, que ayude a completar el cuadro de comprensión sobre la cárcel, posiblemente nuestra perspectiva desde adentro, en carne propia, nos lo permita. Así pues no concentraremos este breve esfuerzo en algunos de los temas puntuales, sino que lo enmarcaremos en el tema general, la cárcel como filosofía del poder, del control y los miedos.
Nuestra tesis es la siguiente, la cárcel como herramienta fundamental en la guerra contrainsurgente y de disciplinamiento social en Colombia, busca la reconfiguración del sujeto con base en la de deprivación absoluta de los individuos para quebrantar su voluntad, sometiéndolos de manera total a horarios y procedimientos que les regulen hasta las mas mínimas funciones fisiológicas. El concepto del poder, usualmente se asocia políticamente con los órganos de gobierno, la autoridad de las instituciones y el Estado. Con base en los planteamientos de Foucault, la noción de poder se inscribe en perspectivas diferentes. El poder en Foucault debe ser visto como producción de realidades, en este caso especifico el poder contendrá prácticas sociales que harán nacer una nueva forma de sujeto a partir de su reconfiguración “el poder es multiplicidad de relaciones de fuerza inmanentes al ámbito en el que se ejerce, el poder está en todas partes con diferentes estrategias policrofisicas” esta definición será desarrollada en las obras vigilar y castigar, y microfísica del poder. EN Colombia, los seres sociales que resultaron del enfrentamiento político desde finales del siglo XIX y a lo largo del siglo XX fue el de la congregación de sectores con una ideología afín, liberal, conservadora, etc, que por ser una identidad impuesta negó los intereses particulares en un sentido muy estricto. Es decir, en contra del sujeto, o de la búsqueda y conformación de este, la particularidad del sujeto se suprimió a cambio de la singularidad política.
Frente a esta visión hegemónica, desde los movimientos sociales, populares y políticos de izquierda, en su actividad critica, alternativa y de resistencia antihegemonica, se propicio un despertar de la subjetividad que condujo a configuración de un sujeto social rebelde frente a las estructuras de dominación. Tanto este sujeto, como toda expresión del desorden social generado por la crisis propia del conflicto y de su prolongación en el tiempo, debían ser objeto del control, y en ellos se articula la fuerza pública, la ley penal, y el sistema penitenciario y carcelario como última escala en el proceso de coerción. Esta última escala, la de la exclusión, es la manifestación del poder que procura someter a su control la “descomposición social” y toda forma de vida que surea a partir de una configuración salida del tono en que la normatividad vigente, permite y acepta la dinámica social. Para nuestro caso, quienes pensamos diferente y muchos otros que por sus diversas conductas son igualmente incluidos dentro del parámetro de delincuente, somos abandonados a nuestra suerte, dejados a un lado hasta que la magnitud del problema que representamos desaparezca o disminuya su potencial. En esa medida la exclusión es un instrumento con que se garantiza la seguridad de la nación al prevenirla de las degradaciones de su propio conflicto.
En síntesis, el mundo y la realidad se bifurcan en dos realidades antagónicas; el encierro crea la división entra las dos, entre los de adentro y los de afuera. La exclusión es el método formal y de presión del sujeto que se ha descarrilado de la sociedad. Tras este marco de referencia comienza pues nuestro aporte desde lo que hemos llamado nuestra perspectiva desde adentro y en carne propia y es allí mismo donde la percepción sobre el poder y el control, da paso para entrar a revisar el miedo, no solo desde el castigo ejemplarizante y disuasivo de atemorizar a quienes no han caído aún en prisión, sino específicamente para quienes ya presos no hemos socavado nuestra psiquis hasta el punto de su reconfiguración como sujetos. Cuando llegamos a prisión se nos desnuda no solo los cuerpos, en meticulosa y denigrante requisa sino también al despojarnos de nuestros nombres e identidades, sustituidas por un código que corresponde al número de la tarjeta decadactilar conocida como TD, es decir el registro de nuestra reseña, nuestro número de inventario. A partir de ese momento dejamos de ser personas y nos convierten a algo extraño al común, lo que eufemísticamente denominan internos.
Los funcionarios administrativos y del personal de custodia y vigilancia, comprenden controles de comportamiento, conducta, y prácticas sociales respeto a los internos que no solo fundan paulatinamente estructuras de pensamiento con respecto a estos, de rechazo acrítico y visceral de esta trata diferente, constructor de parias y desplazados que distorsionan la armonía social, por ejemplo no se permiten a sí mismos tratos cordiales, relaciones fraternales, gestos solidarios, o la posibilidad de vínculos afectivos con los internos. Sino que estos comportamientos terminan por inducir al preso a juzgarse con vista a una cierta administración, gobierno, ley y transformación de sí mismos, que le permitan a partir de la aceptación de su degradación para luego tras su escarnio público recuperar la aceptación social y su retorno al afuera, que no necesariamente será un retorno a la libertad.
Lo que pareciera un simple lugar común, aquello de la fruta podrida que se aísla para salvar el conjunto de frutas sanas, aquí en la cárcel se convierte en todo un estigma, que marca y define a quien es observado y a quien se mira a sí mismo. El individuo se descontextualiza, pierde su identidad y elimina su devenir histórico, termina juzgando-se desde la óptica de quien lo excluye porque su nuevo ambiente es una acción que lo induce a hacer algo consigo mismo con respecto a la ley, la norma, el valor. De modo que a los llamados delincuentes: delincuentes consumados, a rebeldes, a opositores, a insurgentes incluso a consabidos inocentes, terminan por escuchárseles sentimientos de culpa y remordimiento por sus actos pecaminosos, por sus errores, por sus males hechos, etc., como ritos de degradación previa a su redención. Recordemos que una acción, un hacer que afecta a algo es lo que Foucault define como poder, una acción sobre acciones posibles, una acción que modifica las acciones posibles estableciendo con ellas una superficie de contacto.
Las operaciones del poder, son operaciones de contener o expulsar, incitar o dificultar, canalizar o desviar para imitarlo en su proceso de redención, concepto cuyas implicaciones teológicas son transferidas soterradamente al terreno de la jurisprudencia. Esta permanentemente amenazado por múltiples riesgos, el más usual y efectivo es el informe, que cualquier guardián puede hacer en su contra y que destruye o reversa cualquier beneficio administrativo, subrogado penal o la libertad misma si por él, un juez de ejecución de penas considera que aún necesita más tratamiento penitenciario. La presión sobre el interno se ejerce predominantemente con operaciones de contención, dificultar y desviar. Si quiere tramitar algún beneficio judicial se le ahoga en los procedimientos burocráticos; Si quiere utilizar de forma útil su tiempo, estudiando o trabajando, se le imponen todo tipo de limitaciones, obstáculos, entorpecimientos o negativas; si no asume una actitud constructiva y propositiva, igualmente se le afecta su valoración de comportamiento y tratamiento y se afecta la estratificación de su conducta; Si es agresivo, adicto, se le aísla en calabozos de castigo, si es líder se le traslada alejándolo de su región, núcleo familiar, y de su proceso judicial.
El miedo se configura en la deprivación y esta consiste en quebrantar la voluntad del individuo, sometiéndolo de forma absoluta a horarios y procedimientos que le regulen hasta el sueño, el uso de sanitarios, duchas, la luz, los implementos de aseo, su ropa , sus libros, los espacios y momentos de recreación, las comunicaciones, sus alimentos, todo sin excepción le indica a la persona que ya no es dueña de sí misma, que está sometida a la impotencia e inutilidad, todo le recuerda su condición de preso. Esa situación y el miedos frente a los múltiples riesgos de perder su posible retorno a la libertad, quebrantan, ablandan y vulneran al individuo, induciendo, facilitando y precipitando su reconfiguración con base en el juicio que hace de sí mismo. El juico que uno hace de si mismo esta enmarcado en una relación directa con las leyes y con aquello que ejerce el poder sobre nosotros, porque la facultad de juzgarse va a ser ejercida para consolidar al sujeto, puesto que es la manera por la cual puede entrar a formar parte de la sociedad. Un sujeto sometido al poder, el control y el miedo a la exclusión, para ganar el derecho de volver a la sociedad que lo aisló, termina por quebrantar su voluntad, su autonomía, y toda posibilidad del ejercicio pleno de la libertad. Regresa al “afuera” perfectamente instrumentalizado.
En conclusión, compañeras y compañeros convocantes, organizadores y participantes de la cátedra de pensamiento social Orlando Fals Borda, desde adentro y en carne propia, los presos políticos del colectivo Antonio Nariño les podemos decir que la cárcel es un escenario al que no solo se debe resistir con la firmeza de las convicciones políticas e ideológicas, también es indispensable asumirla con la integridad existencial que ello exige. Es una forma en que se mida la voluntad humana, que con orgullo podemos de decir que miles de hombre y mujeres venimos asumiendo con gran decoro, basta solo con recordar a Sonia o a Simón trinidad para sentirnos más que bien representados en su ejemplo de dignidad. Noviembre 2010
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