Anders Behring Breivik: hijo bastardo de la Europa del odio
miércoles, 27 de julio de 2011
Los atroces atentados perpetrados por el terrorista noruego Anders Behring Breivik si algo dejaron en claro es el estado avanzado de descomposición social y moral de las sociedades llamadas “occidentales”. Además, expuso al mundo el arraigado racismo de ellas, y el imperialismo que hace de la agresión militar la respuesta-reflejo privilegiada. Noruega fue descrita como un país pacífico y los atentados, según la reacción inicial de toda la prensa internacional, eran inconcebibles de no ser por la perversa mente de algún “terrorista musulmán”.
Los “traficantes de la muerte”, intentando llevar agua para su molino, salieron a secundar en un monstruoso coro las palabras del secretario general de la OTAN quien dijo que había que permanecer unidos en la batalla contra estos actos de violencia. Pero, ¿dónde se libra esta batalla? Claramente, estas palabras constituyen un llamado a prolongar las aventuras imperiales en Medio Oriente de los EEUU y sus compinches, la mal llamada “Guerra contra el Terrorismo”. Con lo cual nos demuestran una vez más, que esta “respetable comunidad internacional” lo único que puede ofrecer al mundo es más guerra, más muerte, más venganza, más odio.
El peso ideológico de esta cruzada económica y política no debe ser subestimado: los foros de los principales diarios del mundo, que se han convertido en el mecanismo privilegiado de expresión para las clases medias enardecidas, esas que son un hervidero para las peores tendencias fascistizantes, se vieron inundados, literalmente, por mensajes cargados de odio, intolerancia sectaria y racismo. Antes de conocer los culpables, todos apuntaron a la comunidad musulmana en Noruega, con las invitaciones de rigor a quemar mezquitas, cerrar las fronteras, asesinar al vecino que es un poco más moreno y expulsar a todo aquel que rece mirando hacia La Meca. Debo reconocer que tan repugnantes como los atentados, me pareció la opinión de estos “ciudadanos de bien”, tanto noruegos como del resto de los países del supuesto “primer mundo civilizado” –y por supuesto, de esas clases medias postradas latinoamericanas que reproducen toda la verborrea gringa que consumen vía Miami. Los comentarios de muchos noruegos “de bien”, revelaron una sociedad no tan pacífica, no tan abierta y no tan liberal como se dice. Los instintos más básicos salieron a flote, revelando una sociedad, o un sector importante de ella, carcomida por el odio, un odio puro y primitivo.
Como macabra paradoja, el terrorista, terminó siendo uno de ellos, un hijo bastardo de su sociedad: noruego, cristiano, conservador, anti-musulmán y anti-marxista. Sus motivaciones reflejaban una perfecta sintonía con esos “ciudadanos de bien” de su propio país (y del resto de “occidente”) que vomitaron racismo y opiniones belicosas en los foros de los principales periódicos del mundo. Behring estaba en perfecto acuerdo con todos ellos en su odio irracional hacia los inmigrantes, especialmente si son árabes, y hacia el Islam. Este amplio consenso entre el psicópata y los “ciudadanos de bien” de Occidente nos demuestra que este odio y estas tendencias fascistizantes están bastante más extendidos de lo que quisiéramos creer. Y eso es muy preocupante.
Los mismos medios que han agitado estos discursos racistas, xenófobos, llenos de odio, que han mentido para justificar invasiones como la de Irak, que se horrorizan hipócritamente cuando las bombas estallan en Oslo o Londres, pero aplauden las bombas que mutilan y revientan civiles en Bagdad o Trípoli, y que han manufacturado la caricatura del musulmán terrorista inmediatamente cambiaron el libreto cuando el terrorista fue uno de ellos. Ya no era un terrorista, sino que un “loco”. Todos sabemos que los terroristas son solamente árabes, o colombianos, o kurdos, pero no arios. Aún cuando resulte obvio que alguien capaz de asesinar fríamente a alrededor de 90 personas presente alguna clase de trastorno mental, la representación de este individuo como un “loco” es, por decir lo menos, engañosa.
Porque no estamos ante un mero loco, sino ante alguien con una clara agenda política que, como hemos dicho, encuentra un eco nada despreciable en amplios sectores de la población, al menos en Europa y en los EEUU. Porque su agenda es constantemente agitada por los medios de comunicación internacionales, al servicio de los intereses corporativos de los grandes capitalistas. Y porque tampoco era un individuo de “ultraderecha” asociado a bandas neonazis de cabezas rapadas y bototos militares. No, Behring era miembro de un partido mayoritario de derecha, un partido “democrático y respetable”. Lo cual evidencia la deriva fascistizante de la derecha “democrática”, de esa derecha de consumo de masas, en Europa y los EEUU. Son estos “respetables” partidos los que están pariendo esta clase de extremistas. Y por supuesto, los medios que hubieran llamado a una cruzada anti-musulmana si el terrorista hubiera tenido vínculos con Al Qaeda, no son capaces de llamar a un combate ideológico frontal contra esta derecha retrógada, parásita, odiosa y anti social. No lo hace, por su identidad de intereses con ésta.
Noruega nos deja por lo menos dos grandes lecciones. Primero, que una sociedad que invade y ocupa a otras, con las consabidas masacres y abusos que las aventuras imperiales conllevan, jamás podrá dormir con su conciencia tranquila. Segundo, que una sociedad cuyas bases son corroídas por anti-valores pútridos como el racismo, el cual tiene su raíz en condiciones objetivas, en el modelo económico y político del capitalismo “maduro” o “avanzado”, jamás estará en paz consigo misma. Hace un siglo, Rosa Luxemburgo ponía la disyuntiva de la humanidad en términos dramáticos: “socialismo o barbarie”. La barbarie es lo que se ha venido imponiendo desde entonces. Es hora de poner fin de raíz a la barbarie planificada por los “traficantes de la muerte” y ver qué tipo de sociedad necesitamos para una convivencia humana sana, basada en el respeto, la ayuda mutua, la libertad y la igualdad.
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